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ISSN 1989-4163

NUMERO 02 - MAYO 2009

La Importacia de las Cosas

Rafael Reig

En el blog de Marta Rivera de la Cruz  me he enterado de que La importancia de las cosas ya va por la segunda edición, a los quince días de salir a la venta. A mí no me sorprende, por mucho que le haya asombrado a Marta. Leí la novela de un tirón.

En España yo creo que fue Unamuno el que embistió con más brutalidad contra el impulso de leer una novela para saber cómo termina. Los intelectuales de verdad jamás sucumben a esa tentación. Entre otras cosas, porque ellos no leen jamás, siempre releen. Faltaría más.  Leer para saber cómo acaba se considera chabacano, grosero, ir al bulto, como quedar con una chica para intentar llevársela a la cama. Qué falta de sensibilidad, tío, siempre pensando en lo mismo. Qué rudimentario, cuando lo importante de verdad es comunicarse, comprenderse y leer sin el señuelo fácil de la intriga.

Por mi parte, yo sigo leyendo como a los catorce años, con la misma avidez con la que leía a Salgari. Quiero saber cómo acaba, qué pasa. Quiero irme a la cama lo antes posible. Luego ya tendremos tiempo de comunicarnos, de paladear la construcción narrativa y hasta de sacar conclusiones. Vale, pero me niego a leer una novela sin impaciencia. Por supuesto: también quiero saber cómo acabo yo (como diría Unamuno). Una novela es un medio de locomoción, te lleva a un lugar desconocido y, cuando llegas, te das cuenta de golpe de que no eres el mismo. Eso es lo que me ha pasado con La importancia de las cosas: una gran novela, un viaje, de las que me hacen echar de menos un catarro de guardar cama, para poder leer más a gusto, de las que te hacen volver a casa convertido en otro.

En tiempo de prodigios me gustó mucho, pero La importancia de las cosas es mucho mejor, un acierto indudable: Marta ha sabido crear el misterio, la aventura, en el curso normal de los acontecimientos. No le ha hecho falta nada más. En la vida diaria, hay siempre algo que inesperado que  empuja a los personajes a descubrir, no un secreto enigmático, sino aquello que no sabían ni esperaban ya de sí mismos. Es, o yo la he leído así, una novela de redención: con nuestra vida siempre es posible construir otra vida distinta, que no nos imponga la resignación. Si queremos, con los mismos mimbres podemos armar otro cesto.

Yo la he leído como una refutación de aquel (estremecedor) cuento de Truman Capote, Cerrar la última puerta. La importancia de las cosas enseña a abrir la siguiente puerta. O a echarla abajo, si hace falta.
Además, en esta novela, Marta ha ensamblado la emoción con el humor: una historia de redención personal con una ambientación de novela de campus universitario, en la tradición satírica de la novela inglesa (estoy pensando en el Kingsley Amis de Lucky Jim o en David Lodge).  No podía ser de otra forma: es gallega.  Forma parte de la Junta Directiva de la Sociedad Secreta del Humor Atlántico-Cantábrico, que preside Manuel García Rubio. Frente al humor andaluz, el chiste, nosotros proponemos el humor que persigue la sonrisa, no la risotada; el que busca un lector cómplice, no el que pretende imponerse a alguien para que se parta de risa, el que provoca una reflexión alegre, en lugar de una carcajada. El famoso humor inglés, la retranca gallega, la ironía asturiana dibujan el mapa de ese sentido del humor septentrional que no mira al lector por encima del hombro, sino que le invita a participar. Marta, con esta novela, presenta su sólida candidatura a Presidenta de nuestra sociedad clandestina. Yo que tú, salía a pisar charcos sin llevar calcetines, para cogerte un buen catarro y poder meterte en la cama a leer todo seguido La importancia de las cosas. Para saber cómo acaba. Para saber cómo acabas tú.

La Importancia de las Cosas
 

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